El Rey en los márgenes: Notas sobre Stephen King - My Blog

El Rey en los márgenes: Notas sobre Stephen King

Imagen de Stephen King

El 9 de agosto de este 2022 empezamos uno de los talleres más singulares de nuestro espacio cultural: «(H)ojeando a Stephen King».

Singular porque, primero, tuvimos la oportunidad fascinante de armarlo entre tres personas que vieron sus conversaciones que tenían en el chat, y en la mesa de la cocina, en casa de Onir, cristalizadas en un proyecto. Y segundo, porque pretendíamos, desde NAM, modificar el prejuicio general de que, por ser un autor long-seller que le apuesta, ante todo, a sus «temas» más que a la forma literaria, Stephen King no había hecho aportes importantes a la literatura contemporánea. Muy por el contrario: a medida que preparábamos el curso, nos dimos cuenta de que se trata de uno de los pocos autores que ha sabido congeniar la tradición del terror gótico inglés y estadounidense del siglo XIX, con el horror pulp de la literatura, las películas, los radioteatros y los cómics de la década de los ’30, ’40 y ’50 en Estados Unidos. Stephen King inaugura una línea inédita dentro del género: un terror de lo cotidiano, de lo doméstico, de lo popular, en barrios donde usted y yo podemos vivir. O malvivir.

Inevitablemente, al barajar opciones para un taller «(H)ojeando» tuvimos que dejar fuera volúmenes de cuentos maestros, como El umbral de la noche, Todo oscuro, sin estrellas o Todo es eventual, y novelas que los «lectores constantes» probablemente extrañarían, como Cujo, El resplandor, La milla verde, El misterio de Salem’s Lot, o (por supuesto, Georgie) It. Nos decantamos, al final, por Carrie, Cementerio de animales y Misery, ya que nos parecía la puerta de acceso ideal a su universo particular.

¿Cuál es ese universo? En su gordo y fascinante libro-ensayo, llamado Danza Macabra (ahorren, muchachos: lo publicó Valdemar), el mismo King se pregunta: «¿por qué hay personas dispuestas a pagar dinero a cambio de sentirse extremadamente incómodas?». Y la respuesta es un tren que pasa por un carril para terminar su recorrido en otro. El primer tramo de ese tren nos hace entender que resulta saludable enfrentarnos, en un espacio seguro como un texto de ficción, a nuestros propios miedos. Si en el prefacio a El umbral de la noche, marcaba: «El gran atractivo de la ficción de horror, a través de los tiempos, consiste en que sirve de ensayo para nuestras propias muertes», en Danza macabra reiterará una de sus más icónicas frases: «Inventamos horrores ficticios para ayudarnos a soportar los reales (…). (S)i mi idea de arte es correcta (…) (el horror) le ayuda a usted a entender mejor cuáles son esos tabúes y esos temores, y por qué se siente tan incómodo con ellos». Pero el segundo tramo de las vías de este tren se manifiesta cuando Stephen King afirma que no solo nos enfrentamos al horror: lo deseamos. Es decir, aunque nos aterre, en efecto queremos saber qué hay detrás de esa puerta o qué fue lo que asomó, viscosamente, debajo de la cama.

Ahora, ¿cómo lo hace específicamente King, en sus libros? La respuesta a la que llegamos fue la siguiente: desbaratando paulatinamente los órdenes que parecían tan seguros. «El terror», se lee en Danza macabra, «a menudo surge de una penetrante sensación de descentralización; todo se desmorona a nuestro alrededor. Si esa sensación de desmoronamiento es repentina y parece personal (si te golpea en el corazón), entonces se incrusta en tu memoria». Es decir, en los compañeros de la joven Carrie, en el padre, esposo y médico Lou Creed y en el exitoso escritor Paul Sheldon, todos los esquemas lógicos, heredados del positivismo, no son capaces de dar una explicación plausible a lo que está ocurriendo allá afuera (o aquí dentro).

Esto se consigue, y es casi una de las constantes de su obra, ubicando poco a poco, como si fuera una danza, a sus personajes (y por lo tanto, a sus lectores) en una zona entre la vigilia y el sueño, o entre lo consciente y lo inconsciente. Como lectores, casi nunca no sabemos más que sus personajes; pero ellos tampoco saben más que nosotros. Solo así se avanza, capítulo a capítulo, a la desintegración del mundo seguro en el que confiábamos.

A esto le llama Stephen King «presionar los puntos fóbicos» del lector. Porque, ¿cuáles son los miedos atávicos? Los mismos de siempre, que no por recursivos entrañan menos espanto: sentirnos vulnerados por un mal externo o interno (o en franco desamparo ante una amenaza; de ahí la aparición de tanto niño en su literatura); el daño, la muerte, la desaparición de un ser querido o de uno mismo. «Esos puntos de presión, esas terminales de miedo, están tan profundamente enterradas y siguen siendo tan vitales que podemos cerrarlas como pozos artesianos, diciendo una cosa, a la vez que expresamos algo más en un susurro».

El valor, pues, no está en reiterar temas (él mismo ha marcado que se bebe de las mismas fuentes arquetípicas: el vampiro, como mal externo; el hombre lobo, como aparición de lo irracional y violento a través de lo racional y rígido; la cosa sin nombre, creada y no engendrada, pero sí de la misma naturaleza del padre, que es cruel [pensemos en el monstruo de Frankenstein]; el fantasma, más como reflejo de nosotros mismos; el mal lugar, en tanto casa o pueblo maldito, etc.), sino en cómo atraerlos al barrio donde andamos en bicicleta y seguimos saludando, sin más, al vecino que a las ocho de la tarde riega las plantas.

Por otro lado, en la literatura de King se encarna muy bien lo que el doctor Freud llamaba «lo siniestro»: algo que en un minuto fue el máximo exponente de lo familiar, lo cercano, lo conocido (por ejemplo el padre de familia, un payaso, una casa, una mascota, una lectora-fan, una compañera de escuela), se ha convertido de súbito en una amenaza, en algo ajeno. En suma, uno de esos ámbitos (el extraño) se encuentra encriptado en el otro (el conocido), revelándose en un momento determinado para los fines propuestos por la narración. King lo expresa así (y uno piensa, inevitablemente, en Carrie, en Cementerio de mascotas y en Misery): «No está de más volver a enfatizar que la ficción de horror es un escalofrío en mitad de lo familiar, y la buena ficción de horror aplica este escalofrío con una presión súbita e inesperada. Cuando llegamos a casa y echamos la llave a la puerta, nos gusta pensar que estamos dejando fuera los problemas. La buena historia de horror acerca del Mal Lugar nos susurra que no estamos dejando fuera el mundo, sino que nos estamos encerrando… con ellos».

Esta oportunidad nos ha tenido a Paola, a Onir y a mí más que agradecidos. Los veinticinco asistentes al taller están contentos, y descubriendo un autor fundamental, ya libres de prejuicios. Porque sí, puede ser el equivalente, como en un momento el mismo Stephen King se autonombró, a la «Big Mac con papas y refresco de la literatura». Pero hemos visto que la carne entre las cubiertas de pan y la calidad de las papas de la cajita está muy lejos de ser las de una cadena de comida rápida.