Para la tripulación valiente, que se quedó en cubierta hasta el yes de Molly.
El pasado jueves 24 de noviembre, bien tarde (como nos gusta a nosotros, que somos más Dedalus que Blooms), acabamos el taller «Libro abierto: 100 años del Ulises, de James Joyce», una iniciativa de Notas al Margen que se sumaba a los festejos del primer siglo de existencia del ladrillo joyceano. Lo sabido: publicada por Shakespeare & Co. (bendita Sylvia Beach) el 2 de febrero de 1922, durante esta centuria se había encumbrado como un portento literario que gozaba de prestigio, pero de muy pocos lectores. Así que, en este espacio cultural, fundamos un curso en el que avanzamos escépticamente en su lectura, de febrero a noviembre, a razón de dos capítulos por mes, sin la pretensión de comprender a cabalidad lo que ahí había, porque sabíamos que se trataba, también, de un libro que no solo golpea el intelecto, sino también los afectos y la corporalidad.
“Yo (como el resto del universo) no he leído el Ulises. Pero leo y releo con felicidad algunas escenas”, decía el mismo Borges, siendo, al menos esa vez, más sincero que sardónico. Y es que el monumento difuso que se ha erguido a esta novela en la plaza pública de las letras se ha pintado, primero, con los graffitis absurdos de la censura —se recordará, además de la desaprobación vehemente de Virginia Woolf de publicarla en Hogarth Press por obscena, que la revista Little Review tuvo que dejar, justo en “Nausicaa”, de editar los capítulos por entregas, bajo amenaza de un juez gringo y pacato (¡oxímoron!) de cerrar sus prensas—; y luego con los graffitis aún más absurdos de que se trataba de un libro tedioso y difícil, solo para iniciados y estudiantes de letras.
Pero estábamos en 2022, muchachos, y ya las negativas para entrarle nos provocaban la risa franca. Básicamente porque ambas razones de rechazo han provocado que varios lectores la consigan en librerías, la abran, lean las peripecias de Dedalus en la Torre Martello junto a Buck Mulligan y ya: no sepan cómo avanzar después.
Y eso es más terrible.
El asunto pasa, ahora, por preguntarse si vale la pena seguir presentando Ulises como novela o no. Ahí, quizás, se venza la resistencia para iniciar su recorrido. Una vez, una dama realmente interesada le preguntó a Joyce de qué se trataba su libro. “No es que se trate de algo, señora, es que es algo, y sanseacabó”, respondió el dublinés. Con dicha opinión es posible, de una vez por todas, comprender su importancia y, sobre todo, apreciarla paso a paso, porque el Ulises plantea no solo un nuevo método de narrar, sino de leer.
Primero que todo: había un chiste que circulaba hace algunos años, que decía que el argumento del libro cabía en un tuit (es decir, podía describirse en 140 caracteres). Y a ese chiste no le faltaba razón: si nos ponemos quisquillosos, el Ulises es la historia de un pequeño-burgués irlandés, de ascendencia húngaro-judía, al que desde hace 11 años le pesa la muerte de un hijo (un bebé de 11 días) y la infidelidad de su esposa, Molly. O, mejor explicado por Nabokov: “Ulises es la descripción de un solo día, el jueves 16 de junio de 1904; un día de las vidas mezcladas y separadas de numerosas personas que deambulan, viajan, se sientan, charlan, sueñan, beben y ejecutan diversos actos fisiológicos y filosóficos, importantes e intrascendentes, durante este único día y las primeras horas de la madrugada siguiente en Dublín”.
De eso se trata el Ulises, señora.
Ya siéntese.
Pero desde hace más de un siglo no es el argumento lo que domina el género novela. En términos simples, a los escritores ya no les interesa el encadenamiento lógico de acciones, que desemboca en un desenlace sorpresivo, sino la forma en que eso se narra. Y la forma en que se narra es lo que se tensa y se somete a experimentación, no solo en los textos de Joyce, sino también en los de Marcel Proust, Virginia Woolf, Phillipe Sollers, Georges Perec, William Faulkner y, de este lado del mundo, en los del mismo Borges.
El Ulises, entonces, es algo, más que tratarse de algo, en la medida en que desarma la estructura de la novela decimonónica. A la novela tradicional le interesa el producto y borrar su manufactura. A la novela contemporánea, en cambio, le importa mostrar el proceso, las costuras de sus prendas. Por eso decía Ricardo Piglia que “la noción joyceana de work in progress, de obra en marcha, de dispositivo que nunca está fijo, es básica”. En una primera revisión (la que hacemos todos a los veinte años, la de abordaje y abandono, la de avanzar a tientas), da la sensación de una novela que se va armando a lo largo de un solo día (el jueves 16 de junio de 1904; el mismo día en que Joyce conoce a su futura esposa, Nora Barnacle, y se hacen mutuamente cositas en Ringsend, un suburbio de Dublín, cerca de los muelles); de las circunstancias privadas y públicas de tres personajes; y de una ciudad caótica y bulliciosa.
¿Qué recursos existen, o hay que inventar, en el lenguaje para dar cuenta de ello? Ese es el tuétano de este hueso duro de roer, porque Ulises es un prodigio técnico, con conexiones muy profundas a la historia de la literatura (Homero, Dante, Shakespeare); a la historia de Irlanda; y sobre todo a la propia vida de James Joyce (bien dice Richard Ellmann, en la más prodigiosa de sus biografías, que “en el libro no entra ningún elemento que no sea, en algún sentido, personal”). Todo en un solo día. Y en un día lo que ocurre va desde lo más pedestre hasta lo más épico. Así, se nos narrará desde el deseo de paternidad de Bloom por Stephen hasta las funciones privadas de su cuerpo en el retrete y los celos al sentir que su esposa le es infiel con su némesis, Blazes Boyland, su apoderado, un macho alfa lomo plateado que, al final, nada podrá hacer al lado de un hombre en esencia bueno.
Estamos hablando, usando la metáfora pictórica, de un tríptico: Stephen Dedalus (el héroe de su anterior novela, Retrato de un artista adolescente, que aquí hará las veces no solo de Telémaco, sino también de Ícaro y hasta de Hamlet); Leopold Bloom (sí, un nuevo Ulises, pero, Ellmann dixit, “un héroe pagano suelto en una ciudad católica”); y Molly Bloom (una Penélope que también espera, pero que es infiel no solamente a su marido, sino a los estereotipos de lo femenino).
Probablemente, ya sea caduca la interpretación intertextual con Homero. De la Odisea, Joyce tomó solo el diseño y la idea del “viaje circular” (se sale de Ítaca para volver a Ítaca; como Leopold, que sale de Eccles Street n°7 para volver allí, transformado). Los capítulos, que en las entregas de Little Review aparecían con nombres alusivos al poema griego (“Telémaco”, “Néstor”, “El cíclope”, “Las sirenas”, etc.), le funcionaron solo como armazón de hierro para darle estructura al edificio de los personajes y a un nuevo laberinto de Knossos: el Dublín de principios de siglo. Creo, como dice Ellmann, que “la gran cantidad de paralelismos de este tipo presentes en Ulysses ha hecho pensar que la novela no es más que un chiste montado sobre Homero, pero no todos los chistes son tan simples, y todos los chistes tienen doble intención”.
Lo más interesante, en realidad, es cómo Joyce desarrolló una novela realmente naturalista: así, como se ha trasladado al papel, en el capítulo 12 (“El cíclope”), el bullicio de una taberna, es como captan nuestros sentidos un bar con borrachos patibularios en un día cualquiera; así, como se ha trasladado al papel, en el capítulo 18 (“Penélope”), el pensamiento asociativo, intenso, ansioso (“la máquina de pensar en Gladys”, diría Levrero) de Molly es como afloran desde nuestro inconsciente, en tanto bucles cabrones, los asuntos no resueltos.
Los realistas mintieron sobre las posibilidades miméticas de la literatura; Joyce, en cambio, dice la verdad. Pero para decirla, debe recurrir a todos los procedimientos de escritura de esas vanguardias que tan bien conoció en París y en Zúrich: juegos, arcaísmos, calambures, metonimias, sinécdoques, ruptura de sintaxis, desmembramiento de palabras, neologismos, asíndeton. El inconsciente, cuando habla, tiene estructura de lenguaje poético, enseña la lección lacaniana. Agregaríamos: y también lo que se ha convenido como “realidad” se estructura de ese modo.
Hubo muchísimas más cosas que vimos en el taller, cada fin de mes. Pero por ahora, suscribamos, solamente, la opinión de Javier Aparicio Maydeu sobre esta novela que es algo, más que tratar de algo: “Así funciona el Ulises. ¿Abstruso y difícil? Sí, pero sólo si ignoramos sus mecanismos de construcción. En cambio, incontestablemente estimulante si somos conscientes de cómo Joyce traslada la vida real –que no la vida realista− a la página, con sus contradicciones, digresiones y simultaneidades”.
Gracias por quedarse hasta el final. Valió la pena este «logro desbloqueado» para continuar con más habilidades jugando en el terreno de la verdadera literatura.